LEVÁNTATE DEL MIEDO QUE TE PARALIZA
VII
Domingo del Tiempo Ordinario
Is.
43,18-19.21-22.24 b-25; Sal.40; 2 Cor.1,18-22; Mc.2,1-12
A partir de este domingo hacemos un paréntesis en el tiempo
ordinario, para comenzar el próximo miércoles el tiempo de
Cuaresma con la imposición de la ceniza.
Jesús después de realizar la curación del
leproso se retira a la casa de Pedro. La multitud viendo los signos de Jesús
fueron a la casa: “acudieron tantos, que no quedaba sitio ni a la puerta. El
les proponía la Palabra”.
Ante esta realidad de tantas gente, Jesús se acercaba en intimidad con cada
uno de ellos y les anunciaba el mensaje, la Palabra, pero que lleva consigo los signos, el
cambio de vida.
De repente llegan cuatro hombres con un
paralítico en la camilla, y “como no podía acceder a Jesús por el gentío,
levantaron unas tejas, abrieron un boquete y descolgaron la camilla”. Cuando el
hombre descubre donde está la vida, la salud, la salvación y quién se la puede
dar, hace lo posible para llegar a ella y conseguirla. No le importa los
obstáculos, las dificultades, los tormentos, porque la fe en el Señor puede más
que todo eso. Lo que ocurre en la vida diaria es que no hemos descubierto al
Señor, más bien lo hemos relativizado. Lo que debería ser el centro de nuestra
vida, de nuestra familia y de las estructuras de la sociedad, lo hemos apartado
a un lado para vivir sin Dios, sin fe, sin referencia religiosa. Y cuando la
persona vive de esta forma, existe para el pecado y la esclavitud.
Este paralítico vivía así, hundido,
paralizado, atado a la camilla, por su vida alejada de la fe, del creador de la
vida. Pero en la vida hay personas buenas que nos llevan a Dios, que nos
transmiten el evangelio todos los días, nos catequizan, para que cada uno de
nosotros lo conozcamos, lo descubramos y nos confesemos. Ellos no se detienen
ante ningún obstáculo y de prisa lo llevan a Jesús. Saben que su encuentro
puede ser el comienzo de una vida nueva para su amigo.
“Viendo Jesús la fe que tenía, le dijo al
paralítico: Hijo, tus pecados quedan personados”. Jesús viendo su fe, le perdona
los pecados, porque él es el Hijo de Dios; el único que puede perdonar los
pecados y liberar, curar a las personas
esclavas de sí misma.
Hermanos, el pecado destruye a la persona,
a la sociedad. Lo estamos percibiendo todos los días, cuando el hombre dice no
a Dios, a su mensaje, a los mandamientos, a vivir en coherencia con su fe y ser
un verdadero testigo de Jesús. Solo Jesús puede ser nuestra liberación, nuestra
vida, nuestra felicidad, porque la fe en él cura, perdona y nos da la salvación.
El perdón que nos ofrece Jesús tiene la capacidad de transformarnos: “Contigo
hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Se levantó inmediatamente,
cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban
gloria a dios diciendo: Nunca hemos visto una cosa igual”. Ahí está la
consecuencia de quien confía en Jesús y se acerca a él: comenzar de nuevo a ser
una persona libre, sana, con dignidad para realizar su trabajo, sus compromisos
familiares. Ahí está también el sacramento de la confesión que Jesús nos ha
dejado a cada uno de nosotros, para que también nos curemos, nos perdone y
tengamos de nuevo la vida perdida por nuestros pecados.
Hoy es un día para que cada uno de los
presentes, tomemos conciencia que debemos acudir a la confesión, al encuentro
con la vida, con ese amor de Dios, que se nos ofrece gratuitamente,
perdonándonos e incorporándonos de nuevo a la vida de la gracia y de la
comunidad.
Podemos todos terminar exclamando con el
salmista: “Sáname, Señor, porque he pecado contra ti”. Solo tu Señor, me puedes
curar, devolverme la salud, la vida,…”colmarme de gracia y de ternura, porque
eres compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos
trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas”.
(http://basilicadecandelaria.blogspot.com/2012/02/levantate-del-miedo-que-te-paraliza.html)
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