LA ALFOMBRA ROJA
4º misterio de Dolor: Jesús camino del Calvario.
Mateo 27, 31-34; Marcos 15, 20-23; Lucas23, 26-32; Juan 19,
17. Los cuatro evangelios narran el camino hacia el Calvario. Estamos
acostumbrados a ver esta escena en la quietud de los templos, en la noche durante
las procesiones de Semana Santa, en las estampas o las ilustraciones de los
libros. Todos estos recordatorios están mucho y profundamente incompletos.
Pongamos que estamos aquel día en Jerusalén y somos testigos presenciales, así
tendremos una visión real del gran drama:
Las calles inundadas de gente, no se puede dar un paso. Es
por la mañana, la luz del sol ciega los ojos reverberando contra las piedras
rojizas de la ciudad, contra los encalados de las fachadas. El polvo dificulta
la respiración, las calles no se han podido limpiar por los días de la fiesta,
muchos tramos apestan a orines y excrementos de los animales. El olor al sudor
del gentío y las conversaciones en voz alta, cuando no a gritos. Hay agitación,
por la ciudad corren rumores de rebelión, los soldados romanos tratan con
rudeza siempre, estos días son brutales. Hoy hay ejecuciones, unos las
detestan, otros las disfrutan, otros son familia de los ajusticiados. Calor,
empujones, polvo, mal olor, la ciudad Santa parece cualquier cosa menos eso:
Por la puerta del Pretorio salen los reos de muerte, salen los que van a ser ajusticiados. La cohorte romana emprende a empujones con la gente, para que dejen salir la “procesión”. Es costumbre ir azotando a los reos durante el camino, aumenta la lección y advertencia que se da a todos con estas ejecuciones. Los expertos en historia romana aseguran que no cargaban con la cruz entera, como solemos ver en las imágenes, el stipes, el madero vertical, permanecía clavado en el suelo, estaría colocado en el Gólgota, los reos cargaban con el patibulum, el travesaño horizontal.
Jesús está agotado, la tensión de los días anteriores, el
ayuno, la flagelación, la coronación de espinas, la deshidratación, no ha
dormido, etc. Todo ello, le ha producido graves lesiones internas y externas,
una gran pérdida de sangre y un dolor atroz. Prácticamente no puede caminar, le
empujan, pero está al borde del colapso, casi ha entrado en shock. Temen que no
pueda llegar hasta el Calvario y se les muera en el camino, con ello se
perdería el espectáculo de la muerte que dan a los ajusticiados. Los soldados
echan mano de uno que pasa por allí, un tal Simón, que es de Cirene, una
colonia romana del norte de África, en la actual Libia, y lo fuerzan a que
cargue con la cruz. Durante el largo recorrido hacia el Gólgota, Cristo se
encuentra con las mujeres, con “las hijas de Jerusalén”. Los personajes que
aparecen en este recorrido dan toda la dimensión de la humanidad, son parte
importante de la gran lección que Cristo nos regala en este trance: el dolor
compartido, la misericordia, la compasión y, sobre todo, el don de la Fe.
Simón de Cirene y sus hijos, Alejandro y Rufo, pasan a la
historia bíblica y universal por este
acto, la ayuda que Simón presta a Jesús. Simón participa del dolor de Cristo,
de la carga de su cruz. No se ha presentado voluntario, es forzado, le obligan,
pero él lo transforma en aprendizaje, Simón acepta a Cristo en una situación de
esas ante las cuales solemos decir “y a mi por qué”, por que el dolor, la
desgracia, la enfermedad, etc., Simón, el Cireneo, entiende a Cristo al
compartir parte de su sufrimiento. Esa aceptación transforma la vida de su
familia; su mujer y sus dos hijos serán muy conocidos en la comunidad cristiana
(Romanos 16, 13; 2 Juan 1,1).
Las Hijas de Jerusalén, las mujeres que se condolieron de
Cristo camino del Calvario, no sabemos con certeza quienes eran. Ya en el
Cantar de los Cantares (1,5; 2,7; 3,5) se utiliza esta expresión. Puede que
fueran las mujeres piadosas que lloraban por los enfermos, moribundos y
difuntos que carecían de alguien que los llorase de verdad. Puede que fueran
algún tipo de fraternidad o de asociación religiosa dedicada a la piedad y el
consuelo.
También es posible que solo fueran mujeres llorando una injusticia y
emocionadas por tanto sufrimiento, o simplemente plañideras. Sea como fuere,
las palabras que les dedica Cristo son para todos nosotros un aviso “no lloréis
por mi, llorad por vosotras y por vuestros hijos….”.
En Simón tenemos un ejemplo de aceptación, que no es resignación,
y como se puede transformar la adversidad en un milagro de Fe. En las Hijas de
Jerusalén una llamada a la misericordia auténtica, a sentir el dolor ajeno como
propio y ver que en cada injusticia cometida también nosotros estamos siendo víctimas,
y lo podemos ser en el futuro.
El camino al Calvario es “la alfombra roja” de la Misericordia, Cristo
la recorre para que nosotros también podamos recibir el gran premio, la Corona
de la Vida.
D. Francisco Castillo Álvarez, o.p.
DOMINICOS SEGLARES DE CANDELARIA
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